Alejandra Correa es poeta, artista visual y gestora cultural, vive en Buenos Aires, Argentina, también es una de las creadoras del Festival Poesía en la Escuela.
Además, Alejandra es la autora de Si tuviera que escribirte, título de nuestra colección Caprichos, donde encontramos libros sin formato de libro que huyen de estereotipos y calificaciones. Si tuviera que escribirte es un dispositivo amoroso para darle cuerda a los días, consta de 28 postales hechas íntegramente por nuestra autora, donde podemos encontrar en cada una de ellas un collage y un poema. Disponible en nuestra tienda online.
Pues bien, esta semana Alejandra nos ha regalado un texto maravilloso para que podamos empezar el lunes leyendo y disfrutando un poquito más de ella.
Una carta: dos personas fuera del tiempo
Una carta es un pequeño cuerpo.
Es tangible, es papel y letra, pero además tiene una dimensión que se escapa a ese soporte: hay rastros del cuerpo que escribió tanto físicos como inasibles.
Está el temblor de la letra, la respiración, la forma en que los renglones se ordenan y van diciendo algo que se suma al mensaje.
Y está lo que se elige decir, pero también lo que se elige callar, lo que se lee en el silencio de la carta. Las pausas, lo elíptico, lo que se insinúa, el quiebre del tema de un párrafo al otro… Es decir, una gran cantidad de detalles que hacen que ese pequeño cuerpo de papel se despliegue en el destinatario y construya un mundo de paredes elásticas.
La carta es en sí una caja de resonancia de un yo en el otro, tanto para quien escribe como para quien recibe la carta. Hay algo que se podría llamar “anhelo del otro”: al escribir pensamos, delineamos, nos acercamos a esa otredad para acercarla, pedirle que nos escuche, nos entienda, nos contenga, nos ame.
La carta es un pedido y una donación a la vez. Si hablamos de cartas de amistad o amor (también hay cartas de odio y de ruptura y de malas noticias), entiendo ese vínculo como una invitación a la intimidad.
¿Por qué escribiríamos una carta hoy, con los medios tecnológicos que hacen viajar nuestros mensajes a la velocidad de la luz?
Para detener el tiempo y volver a mirarnos a los ojos. Para decirnos al oído esas palabras únicas y secretas que usamos solo con aquellos que entraron en el ámbito de nuestra intimidad.
Para dar a ese otro una ofrenda íntima hecha con nuestra letra y nuestra respiración, nuestro pensamiento y nuestras mejores palabras. Para dejar constancia de nuestra capacidad de decirnos algo único mediante un medio único (no hay dos cartas escritas a mano iguales). Es apostar a lo artesanal de la comunicación entre dos personas. Es un tejido, una costura entre dos manos, entre dos orillas del mundo.
Podemos perfumar una carta o dejarla desnuda con el olor del papel. Es una sutileza, algo delicado y único. En eso radica su valor y su belleza para quien quiera pasar por la experiencia. Hoy podríamos verlo como un ritual, algo del orden de lo sagrado, una forma de comunicarnos que perdure en el tiempo y a través de quienes son el remitente y el destinatario. Una manera de testimoniar ese vínculo.
Por otro lado, está la vivencia sobre el tiempo que propone la carta: es radical vista desde nuestra actualidad. Es una experiencia en contra de toda velocidad. Detiene el tiempo, lo hace vivir de otra manera.
El tiempo de la espera es un tiempo también de la intimidad. Esperarte es soñarte, trazar mapas en la soledad hacia la otredad. Lo particular y maravilloso del tiempo de la carta es que quien escribe escribe lo hace hoy, en un presente, pero quien recibirá la carta lo hará en un futuro. Quien recibe la carta la recibe hoy, pero el mensaje es del pasado, pertenece al tiempo de quien la escribió hace varios días, meses o años. Eso es sumamente poético. Una experiencia reveladora.
Cuando hago talleres a partir del libro Si tuviera que escribirte, les propongo a los asistentes que se concentren en el destinatario, que piensen que eso que le van a escribir es una ofrenda. Suceden cosas increíbles: cartas de amor, cartas que piden perdón, cartas que aclaran entripados o que piden algo. Recuerdo a un señor en Alcalá de Henares que le escribió a una mujer que era el amor de su vida, pero ella no lo sabía. O una señora que le escribió a su nieta para que esa carta le quedara para cuando ella ya no estuviera. Pasan cosas realmente conmovedoras. El amor es el que habla.
Soy poeta, creo en estas cosas porque a mí me han cambiado la vida.
Alejandra Correa
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