Muchas veces, a lo largo de los años, me han preguntado qué es para mí la poesía y he respondido de muy diversas maneras. Sin embargo, hoy por hoy, me quedo con la simplicidad y precisión de esta respuesta: “Para mí la poesía es respiración, es aire, es latido”.
Y la simpleza trae consigo muchas aclaraciones. No es que esté olvidando las palabras que han escrito poetas de diferentes épocas rondando al misterio para acercarse a la Verdad. Las diferentes Ars Poéticas (esos poemas donde un autor revela su saber sobre lo que es la poesía) dan testimonio de las innumerables variantes en el significado de lo que es la poesía para cada quien. Recorrer esas definiciones como si se tratar de una cartografía, es un camino por demás acertado si tenemos en cuenta que la poesía es tradición, que es la palabra tratando de nombrar el mundo una y otra vez.
Pero abandono aquí el camino de la historia y pienso que la mejor manera de hablar de la poesía en estado vivo es acudir al espacio de la cotidianeidad. De esta manera, no pensaremos a la poesía como un “artefacto” literario, sino como posibilidad de encontrar territorios de aire y de respiración. O, como señala la escritora argentina Laura Devetach en su artículo En estado de poesía, "entrar en poesía tal como alguien se tira al agua. Y permanece allí, en una inmersión en el lenguaje”.
En ese sentido, alguien me recordó por estos días, que el poeta argentino Juan L. Ortiz dijo una vez en una entrevista: “Escribir poesía es lo de menos. Lo importante es llevar una vida poética”. Y algo parecido señalaba el mexicano Octavio Paz cuando se preguntaba: "¿No sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?”
Orientados en esta nueva dimensión de lo poético, pienso que nada mejor que reproducir algunos pensamientos de las asistentes a un taller de Poesía en la Escuela que estamos coordinando con mi amiga Marisa Negri. Los asistentes son en su mayoría mujeres, maestras, bibliotecarias, poetas. Les preguntamos qué significaba para ellas vivir “en estado de poesía” y nos respondieron:
“Tener despiertos nuestros sentidos. Si vivimos con los sentidos activados la vida nos brinda poesía a cada paso. Esto lo practico cada día cuando manejo hacia el trabajo y me maravillan los colores del cielo, una mirada que cruzo con alguien que espera un colectivo, una bandera flameando, una canción que suena en la radio, un niño que pide en un semáforo, niños corriendo en la puerta de una escuela... todo me conmueve y me hace pensar que la vida está hecha de instantes mágicos”, dice Betty.
María Belén, agrega: “Me parece interesante la idea del ‘equipaje poético’, un equipaje poético que todos poseemos y manejamos sin saberlo. Creo que para ‘descubrir’ lo poético es necesario hacer una pausa, detener el tiempo para mirar los instantes, agudizar la mirada. La poesía permite mirar el mundo cotidiano con extrañeza, ser extranjero en el propio lugar. De esta manera lo cotidiano se desfamiliariza, los detalles se enfocan para decir y adquieren ambigüedad y espesor. La observación y la escritura poética permite ver lo que está más allá y también lo más cercano. La vida cotidiana, la rutina, es descubrimiento y no repetición. Descubrimiento, si uno es capaz de leer los instantes como textos.”
Laura relata su propia road movie: “Avanzo por una ruta. A la izquierda un atardecer soleado contra un cielo diáfano que se va hacia el anaranjando, a la derecha la tormenta, negra, amenazante, inminente. En el centro, sobre mi cabeza, rayos de sol se cuelan entre nubes que avanzan en una tensa batalla de hermosura. Cada contrincante lucha por invadir el territorio ajeno. Caen los rayos al frente y a la derecha, pero allí mismo claroscurean a trozos el campo y los árboles, porque el sol los gana de a retazos. Los tonos de verde se multiplican en el aire enrarecido por la electricidad. El instante es eterno y frágil. La cámara dispara, desesperada y fútil. Las palabras estallan: estar en poesía.”
Paula es categórica cuando asegura: “Me di cuenta de que el estado de poesía es el estado en el que siempre quiero estar; para algunos pasaré como distraída, pero gracias a Laura (Devetach, el texto antes citado) aquí tengo la respuesta: estoy en estado de poesía.”
Dicen que el 21 de marzo es el Día de la Poesía. Es el día en que en el hemisferio norte comienza la primavera y en el sur, donde yo habito y escribo estas líneas, empieza el otoño. Dos caras de una moneda, los ciclos y las estaciones mostrándonos el paso del tiempo. Una buena ocasión para detenernos en la magia que irrumpe en la maravilla de lo cotidiano. Detenernos, es decir, hacer un alto en el tiempo, prestar oídos a todo lo que canta a nuestro alrededor. Sea esa flor que ya se está abriendo en el norte, o esta hoja que cae dorada mientras miro por mi ventana aquí en el sur.
Alejandra Correa, abril, 2018.
Alejandra Correa es poeta. Desde 2010, junto a Marisa Negri, realiza el Festival de Poesía en la Escuela, un proyecto autogestivo y comunitario que se desarrolla en Argentina y en el que han participado más de 50.000 niños, jóvenes, poetas, artistas y docentes. Ha escrito y publicado varios libros de poesía. Uno de ellos, “Si tuviera que escribirte” fue editado en 2015 por Malas Compañías.
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