El alfarero, el maharajá y la muerte
- Libros Malas Compañías

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El viernes 31 de octubre se presentaba en Patraix, Valencia El alfarero, el maharajá y la muerte texto de Carles Cano con ilustraciones de Aitana Carrasco. Un relato que parece venir de un tiempo sin tiempo y que nos retrotrae a un espacio simbólico: algun lugar remoto del subcontinente indio. Un espejo ritual donde lo humano —su fragilidad, su orgullo, su anhelo de justicia y trascendencia— se moldea como el barro bajo las manos de artesanas y artesanos del pincel y la palabra.
“Que sopló el viento y se llevó las nubes
y que en las nubes iba un pavo real,
[ ]
¡Ay que el cielo, ay que el viento, y la nube
que se van con el pavo real!”
Gabriela Mistral
La historia nos sitúa ante un maharajá tiránico y un humilde artesano cuyo “delito” es haber modelado un pavo real, animal prohibido por capricho real: una ofensa antigua que pesa más que la razón. En este gesto aparentemente nimio se despliega el drama: la ley injusta que se ejerce no para proteger, sino para perpetuar un resentimiento. Cuando la ley no nace del mundo común, sino de la herida narcisista del poder, deja de ser justicia y se convierte en un instrumento de dominación.
Es un visionario —un mago, tal vez un sabio— quien advierte al maharajá de los vínculos secretos, de los destinos trenzados entre él y el artesano. Como en los viejos textos orientales, ese destino es tan sólido como el humo: todo es espejismo y sueño.
“¿Cómo podrá existir el fruto nacido de la acción?
Sin un fruto, ¿dónde está el que lo experimenta?
Es como si un mago creara desde su poder mágico
una imagen de sí mismo,
y esa persona ilusoria creara a su vez, por arte de magia, otra persona.
Así son el agente y la acción:
el agente es como una ilusión
y la acción es como una ilusión creada por aquella ilusión.”
Nagarjuna, Fundamentos del Camino Medio
La muerte que viene a “cosechar” subraya ese horizonte ilusorio, casi cómico y trágico, donde el maharajá no puede escapar a su propio acto, mientras el alfarero, sabiendo modelar la apariencia de la vida, se desliza entre los dedos del destino. El artesano, artífice de su obra, creador de cuerpo y alma, abre una fisura en el tejido de lo inevitable.
Las ilustraciones de Aitana Carrasco, inspiradas en la tradición Madhubani, participan del mismo ritual y son alma y expresión del relato. Nos sitúan en un espacio sagrado: líneas intrincadas, colores vivos, patrones sin huecos que parecen extraídos de la tierra misma. Pinturas que recuerdan que, en ciertas culturas, el arte no decora el mundo: lo sostiene.
“Al pintor se le requiere, en las tribus rurales, como se requiere al sacerdote.
Está presente en las ceremonias y en los grandes acontecimientos.
Da cuenta de los preparativos de las festividades y de su desarrollo, levanta acta de las celebraciones.
Cuando alguien muere, se le llama para que pinte en las paredes de la casa la historia del difunto.
Para que sea recordada.
En las culturas tribales se pinta para recordar.”
*Chantal Maillard, India
Y entonces, la muerte: inevitable, paciente, casi pedagógica. No castiga; cumple su ciclo. Presencia que, más que destruir, ilumina: recordatorio de lo frágiles y valiosos que somos. El maharajá cae porque cree que es eterno; el artesano vive porque sabe que no lo es, y porque sabe —también— que perdurará en su obra.
Este libro es un canto al lenguaje simbólico —al cuento, la pintura, la arcilla— que no promete inmortalidad, pero permite comprenderla, reírnos de ella, acariciarla. Palabras que crean mundos, aunque esos mundos sean seres hechos de aire que se dicen a sí mismos. Y aun así: qué maravilla que existan, qué milagro que nos conmuevan.
Aitana perdió los originales de este trabajo el 29 de octubre de 2024, en su casa-taller de Paiporta. Ayer, un año después, Carles y ella nos recuerdan con este volumen que, entre la esperanza y la nada, quizá debamos elegir la humanidad: frágil, luminosa, capaz de crear belleza incluso frente a la muerte. Porque, aunque todo sea sueño, mientras haya quien recuerde, modele, pinte y cuente, la vida sigue su curso: aun con riadas o catástrofes inesperadas, y visitas no previstas —como la de la protagonista de nuestro cuento— que pueden llegar sin anuncio a la frágil orilla de nuestra existencia.
José Luis Santamaría


















