Ceniciento, el que remueve la ceniza, el encargado del calor y de la luz del hogar, el infravalorado que afronta con ingenio e inteligencia sus miedos, encarnados en trolls y gigantes, eso sí, siempre con mucha paciencia, parándose una y otra vez a reflexionar, utilizando aquellos objetos que le rodean, cosas sencillas, como artesas, clavos, velas… algunos de los cuales ha heredado. Le da valor a lo heredado, a lo antiguo, al pasado para afrontar los presentes y los futuros, elimina de un plumazo la inmadurez consustancial a la sociedad actual donde los adultos, principalmente los varones, tendemos a no asumir la ética del cuidado, a no responsabilizarnos. La persona madura asume el conflicto y lo afronta, ese es el camino de Ceniciento. Renuncia a dar tanta importancia al disfrute inmediato, el tan venerado “aquí y ahora” que te lleva a querer vivir la eterna juventud. Jóvenes que nos queríamos parecer a los adultos, adultos que se quieren parecer a los jóvenes.
La parte subversiva que más me atrae de Ceniciento es la paciencia, el detenerse a pensar una y otra vez para superar los obstáculos que se va encontrando, y lo quiere hacer colectivamente, aunque sus hermanos no le secunden. Porque el pensamiento subversivo plantea alternativas y pone colorados a aquellos que dicen “yo te resuelvo los problemas, no pienses por ti mismo, la incertidumbre mata, yo tengo la solución”. Además, el espacio del silencio, del apaciguarse, del detenerse a reflexionar sobre adónde vamos, es resistir al neoliberalismo que prima lo inmediato y pone por encima la producción y el dinero sobre la dignidad de las personas.
Es el humilde, el antihéroe, el que no va de héroe, el que asume responsabilidades, que no son nada más y nada menos que las trabas que nos vamos encontrando en el camino. No compite con sus hermanos, les entiende y no les tiene rencor, aunque no le tengan en cuenta, le envidien y conspiren contra él. Destierra la venganza, algo tan enraizado en el universo simbólico masculino, tan relacionado con el honor varonil.
Los cuentos de hadas casi siempre tienen un final óptimo, con gratificaciones, para no perder la esperanza. Ceniciento es esto, esperanza para muchos hombres que vemos en él un modelo del que aprender para la búsqueda de otra manera de relacionarnos con las mujeres y otros hombres, con el entorno y con nuestras hijas e hijos, que nos ofrece una oportunidad para salir de la inmadurez en la que nos sumimos, naturalizando, y a veces reclamando con violencia, que tenemos el derecho por ser varones a que otras personas, generalmente las mujeres, nos hagan la vida fácil. ¿Qué es la inmadurez sino demandar derechos y privilegios sin asumir responsabilidades, no tener en cuenta al otro ni a la otra y al entorno?
Julio Rodríguez Ortega
Comments